No sé con qué permiso he hecho la limpieza. Pero la he hecho. Es, ha sido, como vaciar el océano con un minúsculo dedal, sabiendo que la tarea es finita. Finita como nos la explicaban en la facultad. Finitos son los árboles del bosque.
Así serán los árboles del sótano. Toda una vida de colección, de recolección. Casi de agonía malsana por acumular. Diógenes musical. Diógenes de papel. Océanos ingobernables. Algo habrá que hacer.
Cansancio justificado, que no permitido, por la tarde.
Aún pienso, y lo pensaré siempre, si lo que hago está bien. No me gusta aquello que no es mío, tan sólo hasta los límites de la malsana pero corta curiosidad que tengo. Y pienso en cómo organizar aquello que nos ha sido legado, qué hacer con tanta cosa.
Me siento abrumado. Impotente. Siempre viviendo sin querer. Y sin poder vivir aquello que se desea.
domingo, 19 de mayo de 2013
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