jueves, 6 de octubre de 2011

Enfados

A veces la vida es como un rompeolas. Estás tan a gusto haciendo un castillo de arena y de repente te viene una ola y, sin venir a cuento, te da un bofetón. Es entonces cuando se te queda cara de tonto y te pones a contar hasta 10.

Hoy he hecho un psicoanálisis de andar por casa de mis enfados. He descrito cuatro fases. En la primera pongo cara de tonto y poco a poco me voy enfadando más y mas, adoptando una cierta postura barriobajera de la que me acabo arrepintiendo porque a veces la pagan las personas que no tiene culpa, aunque intento cada vez más enfocar hacia el culpable, aunque a veces no lo consiga. En la segunda fase me pongo a discutir conmigo mismo, bien interior o exteriormente, sobre el objeto del enfado. Esta fase se ve acompañada de apreturas de dientes y miradas de odio intestino, aunque a veces no tienen por qué presentarse estos síntomas. La tercera parte es la fase reflexiva, en la que me pregunto a qué ha venido el revolcón de la orilla, si yo he hecho algo... intento buscar una explicación a lo que realmente no tiene explicación, pero las mentes racionales no pueden vivir sin su ración de por qué diario. Y, por último está la fase de indiferencia, en la que me intento olvidar de la situación y recompongo mi castillo de arena hasta el siguiente susto de las olas de la mar.

Todo esto viene a cuenta de una situación producida hoy en la que se ha dudado de mi trabajo. Estoy bastante lejos de ser perfecto, pero por lo menos intento hacer mi trabajo lo mejor que se, dentro de mis posibilidades. Al igual que muchos de mis compañeros, parte de mi trabajo no se ve directamente. Pero ello no implica que no se haga. Si algo tan complejo como un centro escolar funciona medianamente bien será, desde mi punto de vista, porque todo el mundo hace su trabajo, o al menos gran parte de sus componentes. Y es precisamente esa suma de pequeñas partes lo que hace completar la sumatoria. Hay cosas que se ven y otras que no se ven. Y si la cosa funciona, será porque se cumple con todo.

Yo al menos tengo esa visión. Aunque, claro, supongo que a otros ojos no es más que una pésima forma de justificarme.

2 comentarios:

  1. Ataques de sinceridad que se deberían controlar o, cuando menos, matizar.

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  2. Es que hay personas que se deberían coser los labios, por no saber expresar lo que realmente querian decir, así no herirían los sentimientos de los demás.
    Pero una vez hecho el daño, ¿qué queda?.... tan solo pedir perdon y esperar a ser perdonado.

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