Salgo de la clínica y entra un adolescente, vestido de adolescente, con su padre, vestido de padre y con cara de padre. Me encanta pasear por ciudades donde nadie me conoce, cosa que ya puedo hacer en prácticamente cualquier sitio. Pareciera una cosa fácil, pero no lo es. Lleva mucho tiempo ignorar a tanta gente.
Me cruzo con pandillas que pasean la víspera de fiesta. Ha bajado el sol y me dirijo a buscar el coche a donde lo dejé perfectamente mal aparcado. La tarde invita a pasear pero hace demasiado calor y me siento triste por no saber a donde ir. Enchufo de nuevo la música, pago y pongo rumbo a la importante misión de la adquisición de una batidora. Me apetece cambiar las ensaladas por sopas, a pesar del bofetón de calor que me llevo al bajar del coche. Pero el bofetón me duele algo menos. Sabe a sal, a la sal del mar que no veo pero que siento en mi quejumbrosa piel. Ahora no me han dado opción a aparcar mal.
martes, 11 de octubre de 2011
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