Esta mañana, mientras las sábanas me recordaban lo que me quieren, he oído la algarabía de la fila y han venido a mi cabeza recuerdos de mi niñez.
Cerca de casa hay una escuela hogar cuyos alumnos asisten a mi colegio, porque, a pesar de todo, todavía es mi colegio. La forma de transporte era, y sigue siendo, la fila. En ella los niños, uno tras otro y ordenados de menor a mayor curso (y también tamaño), llevan su algarabía y su sueño del colegio al hogar y viceversa dos veces al día.
Recuerdo cómo en mi época universitaria y opositora me gustaba verlos pasar, en ocasiones con mochilones más grandes que ellos, de camino a un sitio u otro. Iban escoltados por dos cuidadores que apenas cambiaban con el tiempo. Algunos de los que formaban esa fila se volvieron sus rectores con el paso del tiempo. No sé qué sensaciones tendrían al cambiar su posición en la fila.
Recuerdo mucha de la gente en la fila de mis tiempos. Primero estaban conmigo, pero luego la pasaron a otra clase, de las tres que había por nivel. El contacto se fue perdiendo y hoy, esta mañana, han venido a mi mente sus infantiles caras pero no sus nombres. El tiempo ha pasado y borró mi mente. Aunque el ruido de esta mañana ha avivado en mi cabeza el recuerdo de aquellos años en los que compartimos nuestras vidas.
viernes, 7 de octubre de 2011
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