sábado, 2 de octubre de 2010

Confesiones móviles

Escribir lo que van a leer a continuación les puede resultar sorprendente. Un líder mediático como yo no debería contar estas flaquezas, pero las noches se me hacen interminables. Apenas descanso. Mi cerebro me atormenta, las pesadillas me ahogan. El dolor es insoportable. Es una carga que necesito compartir, a riesgo de quedar en evidencia. Pero he de confesar que ya no puedo mas.

Soy un adicto a los móviles.

Sí. Hay gente que fuma. Gente que bebe. Pero yo no puedo vivir sin teléfonos móviles.

El caso es que yo vivía feliz, ajeno a la tecnología. Pero un familiar se compró un teléfono móvil. Ahora un móvil es realmente móvil. Antes necesitabas un carromato para llevarlo y tres kilómetros de cable para poder tener siempre batería. El caso es que subyugado por el maravilloso hecho de poder hablar con quien quieras sin necesidad de cables, exceptuando el del cargador, claro, pasé por una tienda y compré uno. Dado su tamaño no solo servía para hablar sino también para pisar papeles, como arma de defensa y tope para las puertas. Para que luego digan de los móviles multimedia.

Mi vida transcurría feliz hasta que un amigo me dijo:

- Yo es que tengo dos, uno para el trabajo y otro para uso personal.

Un mundo se abrió ante mis ojos. ¡Se podían tener dos teléfonos! Raudo acudí a la primera tienda de telefonía móvil que encontré y me compré otro teléfono, por supuesto para el trabajo. A la salida de la tienda me acordé de que estaba en el paro. Me dio cosica entrar a devolverlo.

Entonces caí en una espiral de autodestrucción dorada. Compulsivamente entraba en las tiendas de telefonía, haciéndome el interesante, mostrándome como potencial cliente, aprendiéndome todas las tarifas de memoria, llamando todos los días a atención al cliente. Mis amigos me abandonaron como un vulgar bote de desodorante. Mi novia me dejó. No tenía, por eso no me dolió mucho, la verdad. Mi familia me echó de casa. Mi vida se quedó sin batería, digo, sin cobertura.

Intenté seguir comprando móviles para llenar el vacío existencial, pero me prohibieron la entrada en las tiendas. Yo soy el responsable de que todas las tiendas de telefonía tengan un guardia de seguridad y una foto que dice: "No vendan móviles a este hombre". Entendí que solo quedaba quitarme la vida. Ya lo tenía decicido, lo haría ahorcándome con un cargador.

Y fue entonces cuando descubrí que mi vida tenía que cambiar. Me apunté a moviladictos anónimos y conocí a gente como yo. Hay más gente adicta de la que parece. Concretamente otra persona, yo, y nuestros respectivos amigos imaginarios. Nos los inventamos para ser menos patéticos. Bueno, quizá esto último no debería haberlo dicho, pero ya que está escrito...

Los comienzos fueron difíciles, pero no desfallecimos. A veces nos entraba el mono. Nos disfrazábamos y comprábamos. Pero cada vez menos. Lo hacíamos a escondidas del otro, pero en el fondo sabíamos que nos engañábamos. Pero con ayuda psicológica conseguimos desengancharnos poco a poco. Hasta que un día me llamaron para cambiarme de compañía. Y les respondí que no.

Mis amigos volvieron a llamarme. O eso me dijeron, porque el caso es que con tanto número no me localizaron. Mi familia tuvo que tirar las cajas de los móviles que acumule para volver con ellos, porque es que no había sitio. Gracias a ello se convirtieron en los dueños del negocio del cartón y ahora somos ricos otra vez. Y yo he conseguido desengancharme del todo y me he convertido en una persona normal, feliz, útil para la sociedad.

De todo se sale. Y estoy muy orgulloso de mi mismo.

El caso es que Vodafone me ha dicho que me regala mil puntos para cambiar de móvil. A ver si tengo un rato y me acerco a la tienda...

No hay comentarios:

Publicar un comentario