Salgo a pasear por la beato-capital. Sábado por la mañana. Voy sin prisa, con mis cascos puestos y con la inseguridad de mis lentillas que, dicho sea de paso, ya se van acostumbrando a ponerse en mis ojos y alejarse de mis manos.
El caso es que paseo por la calle y observo como cada vez más va proliferando la figura del señor/a que reparte publicidad de la tienda que está justo a su lado. Especialmente de cafés y bares.
Alguna vez de noche, volviendo a casa, me he encontrado con estos señores/as, que amablemente te invitan a entrar en un local de música horrible a que te tomes una copa, con la falsa promesa de un 2x1 en el mejor garrafón de la ciudad. Obviamente, como siempre voy solo, nunca me paran, pero una vez uno, que posiblemente era nuevo, casi me convence. Aparte de nuevo, debería ser miope, porque hay que ser cutre para invitar a un tío que va solo, que no bebe y con cara de sueño a que se meta en un bar a tomarse una copa...
El caso es que esta figura se ha popularizado incluso de día. Y no paran de repartir panfletos con las mejores ofertas para incautos clientes. Yo antes pensaba que solo lo ofrecían a turistas, pero no, qué va, por Dios bendito... también lo hacen con los aborígenes. Y de aquí mi frustración. Nunca me lo ofrecen a mi. Por lo visto no les parezco un potencial cliente. Ni siquiera si me hago el interesante pululando cerca del expendedor de folletos humano. Y eso unido a que ayer me fui a unos conocidos grandes almacenes (el crotinglés, vamos) y el dependiente pasó de mi bastantes pueblos, incluso diría yo que alguna pequeña capital, cuando pretendía comprar unos pantalones de deporte ha hecho que me sienta bastante triste. Mi dinero no es apreciado por los comerciantes y ofrecientes de servicios de la beato-capital...
Pues que os den, ahora voy y lo rompo...
domingo, 24 de octubre de 2010
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