Hace no mucho tiempo había lugares prohibidos. Lugares donde no se debía indagar, pues supuestamente contenían tesoros vedados a nuestros ojos, pero que algún día, muy muy lejano, podríamos ver.
Hoy ya no tiene mucho sentido acceder a esos lugares. Y apenas se encuentra nada en ellos que merezca la pena, salvo papeles amontonados sin ningún orden y aquellas cosas que, a hurtadillas, tomábamos prestadas sin que nadie se diera cuenta. Es lo que tuvieron las infancias de los ochenta y las adolescencias de los noventa, que con cualquier cosa nos flipábamos.
Ahora tan solo encuentro pena por mirar ahí. Porque la causa de la excitación de lo prohibido no está. Los papeles amontonados tendrán que ser rotos, pues son ya caducos estados de esos tiempos donde las preocupaciones eran pequeñas, o sencillas de resolver. Y ahí están aquellas cosas que tanto deseé y que el tiempo ha hecho empequeñecer, pues esas mismas cosas ya las tengo yo. Me he encontrado con un pasado que añoraba un futuro, pero que ha quedado superado.
Mientras cargo con las revistas camino del contenedor tan sólo pienso en disculparme, a la par que me siento un poco culpable.
viernes, 26 de abril de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario