Tengo que reconocer, no sin cierta pena, que soy incapaz de sacar punta a mis lápices. Quizá la cuchilla esté oxidada y no me haya dado cuenta. O mi muñeca ya no gire con fuerza. A lo mejor, o a lo peor, es la madera que es mala y se rompe con mirarla.
Pero es que no hay manera, oiga.
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