Es una pena que los coches no tengan máquina de fotos integrada. Supongo que es mejor que el conductor se pare, pero es que hasta eso me da pereza. Pero el invierno tardío de este año no tiene precio.
Había estado lloviendo todo el día y tenía mis temores sobre la carretera, pero un puerto cerrado realmente es una noticia que se sabe. De alguna manera, y aunque no lo veas en el periódico, salta de subconsciente en subconsciente, como una lucecita o un resorte. Y esta tarde no se activó.
Me incorporé a la carretera donde siempre y comencé a subir. Las nubes eran bajas, grises. Al fondo contrastaba el blanco de la nieve recién caída, delicadamente colocada copo sobre copo en las hojas de los pinos. Curiosamente recibía un foco de luz de sol, empeñado en no ceder protagonismo. Al acercarme, el polvo de la nieve que flotaba buscando donde posarse y la niebla provocada por las nubes bajas daban una atmósfera de irrealidad más allá del parabrisas. Reduje la velocidad para disfrutar del espectáculo. Y por consejo de la prudencia.
Que la hora fuera tan tardía y la temperatura tan baja me confundía. Quizá volvía el invierno de forma sorprendente, quitando este año al verano su turno de réplica. La posibilidad de resarcirse de los errores que tapa la nieve pero que el deshielo no arrastra consigo, pues éstos no se escurren como el agua entre los dedos, pero se sirven de ella para enraizarse y crecer. Pensé en cómo sería pasar otra vez por lo mismo. Pero ciertos dolores son únicos e irrepetibles. Aparte de personales.
En ocasiones no tiene sentido que vuelva atrás el invierno. A su vuelta, nos resultaría más desolador.
domingo, 28 de abril de 2013
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