Hoy me he puesto un calcetín de distinto tipo, pero del mismo color. Podría explicar según qué cosas.
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Hoy todo me sabe soso, o bien de sal o bien de azúcar.
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Tengo un tic en la pierna. Es como si me vibrara el músculo, como cuando recibo un mensaje y salta el vibrador. Pero sin móvil. Un avance, oiga.
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Ya huele a fiesta, a los días en los que lo cotidiano deja paso a aquello a lo que luego se convertirá en costumbre, para lo bueno y para lo malo. El tiempo de los sitios es distinto, de eso hablamos el lunes. Es una lección que los urbanitas ya hemos aprendido. No sé si algún día la olvidaré. O me harán olvidarla.
Por la calle principal se suspenden las guirnaldas con banderas, que la brisa de la tarde mueve con la desgana del calor que nos invade, este calor de San Miguel que tan descolocados nos tiene. Las luces que anuncian fiesta están aun apagadas. Se levantan las carpas, blancas y negras, como si hubieran regado ya las lluvias tímidas del principio del otoño los campos de mármol. Apenas se oye ruido en la calle. Será mañana a estas horas cuando todo empiece, pero no estaré aquí para verlo.
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Al final no eché raíces. Me acabé secando.
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