Parece que no ha pasado el tiempo, ni ningún acontecimiento extraordinario. En este banco, en el que siempre escribo al subir a Laroya, todo permanece igual, salvo por los colores de la estación que toque, amarillos y ocres. Aunque todavía se ve mucho verde.
Antes no podía postear directamente desde este banco, pero tenía a mi padre. Hoy hace siete meses que lo perdimos.
El cielo está nublado. Subiendo, las nubes eran suaves pinceladas grises y blancas, como de algodón ligeramente impregnado. El sol dibuja un círculo difuso, allá por donde se mueve, como si quisiera dejarnos descansar.
He subido oyendo música. Por un momento me he quitado los auriculares y el silencio sólo era roto por pájaros a lo lejos. Al igual que en esta plaza. Alguna conversación de gente recién llegada a ver, por aquello del afán conquistador del ser humano unido al tiempo libre de los domingos. Algo hay que hacer con el ocio. A fin de cuentas mañana será lunes de nuevo.
Tiene este fin de semana aroma a despedida. Es tan sólo una sensación. Nunca se va uno de los sitios, siempre quedan ahí para volver cuando quiera. Aunque ya nada sea lo mismo.
Cencerros a lo lejos. Zumbidos de avispa también a lo lejos. Domingo en mi banco. Como antes. Como si nada hubiera pasado.
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