Hace unos meses, cuando nuestras cabezas estaban en otro sitio, nos vino el vecino con la embajada de las abejas. Por lo visto, un segundo vecino, con niños pequeños, se había dado cuenta de que en la casa del primer vecino se habían instalado unas abejas. Y, claro, eso es un peligro. Porque, en este mundo moderno y paidocéntrico, todo es un peligro. Faltaría mas.
Tras una limpieza de huerto como nunca en la historia y un colmenero huevón, hoy ha venido un apicultor, recomendado por nuestro particular, en más de un sentido, jardinero para dar su opinión. Yo no he podido estar presente, cuestiones de la máxima importancia y trascendencia, pero según me han contado la cosa no está tan mal. Por lo visto se trata de una colmena joven, de unos seis o siete meses. Parejas jóvenes de abejas con zánganos en edad escolar, que se han quedado en el huerto atraídos, sin duda, por la gran cantidad de elementos polinizables. Bueno, ya no hay tanto, pero algo queda.
También nos ha comunicado que se trata de abejas pacíficas. No se si se habrá constituido una plataforma de diálogo multilateral o es que van con un trapito blanco en la pata, pero eso nos tranquiliza. Además, cuando se acabe el calor del otoño se acostarán y, en primavera, les sugeriremos que emigren. Y si vemos que no, le diremos al apicultor que las repatríe a otros campos. Que hay mucha mies y poco polinizador.
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