Hay veces que sales de casa y te encuentras varias veces con la misma persona. Evidentemente, la cosa es más fácil si estás en un recinto cerrado.
Rebuscaba yo entre los distintos tipos de chocolates que nos ofrece el libre comercio cuando se me acercó. "Niño, ¿dónde está el café?" me dijo, en esa forma tan típicamente granadina que tienen las señoras mayores al hablar. La miré y le indiqué que estaba dos calles más allá, aunque he de reconocer que no tenía mucha idea, pues no es mi supermercado habitual. Aunque acerté.
Pasó un rato y, justo cuando hablaba solo ante los quesos de untar, se me acercó de nuevo. "Niño, ¿cuánto vale esto?" me dijo señalando a los quesos en porciones. En ese momento la miré detenidamente. No era muy alta. Iba vestida de negro, con un vestido de cuerpo entero. Llevaba unas zapatillas planas color burdeos y una fina cadena de oro, de la que colgaría alguna cruz o medalla. Llevaba gafas, aquellas gafas de pasta de los años 70 que llevan todas las personas mayores.
Le dije el precio de los quesitos y le recomendé los que yo compraba, pero no tuve éxito en mi empresa. Así que cogió sus quesitos "porque yo siempre he comprado los de la casa" y se fue, con su cesta de color rojo casi vacía, camino de otro lado.
A la salida, una vez que acabé de lo mío la vi salir, con su bolsita, camino de su casa.
PD: Por cierto que esta tarde he descubierto, aunque debería mejor decir descubrido, que hay queso filadelfia con sabor a chocolate. No, si al final lo de los Mayas nos va a venir hasta bien...
jueves, 5 de julio de 2012
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