Hoy han demolido la gasolinera de Recogidas. La noticia no es gran cosa, pero se me han venido a la mente algunas historias de domingo por la mañana, cuando mi tío sacaba el coche para subir del taller a casa, recorrido inverso al que hacía el lunes, en el que se volvía de nuevo a su templo.
En la parte del taller que hacía de garage había dos coches. El Simca 1000 de mi madre, condenado a cadena perpetua por un accidente ajeno, y el Ondine de mi tío. Me resultaba curioso porque nunca vi otro igual. Mediaban los ochenta y todavía se veían sescientos, ochocientos cincuenta, Renault 4, Dos Caballos... pero nunca vi un coche como el de mi tío circulando por la calle. Me sentía importante al tener acceso a un coche tan exclusivo.
Nunca llegué a saber cuándo lo compró ni cuántos años tenía, aunque creo recordar que era de segunda mano. Su matrícula no tenía letra, creo que era del treinta y seis mil más o menos. No creo que llegara a hacer grandes viajes, si acaso alguna escapada a Loja o a la playa. Al final de su vida, antes de que empezara su conductor con sus mareos, iba al Zaidin, donde nos tomábamos la correspondiente tapita antes de volver a casa.
Cuando llegábamos al taller, mi tío ya había levantado la persiana. Pensaba que eran todopoderosos, pues a mis cinco o seis años me parecía imposible poder levantar aquél peso tan tremendo. Mis tíos apenas le daban importancia a la cuestión. Verdaderamente, no la tenía. Pero en lo que sí podía ayudar era en colocar las calzas de madera para poder sacar el coche. Luego, colocar el hierro para que nonos aparcaran en la puerta. Nuestra primera parada era la gasolinera, para repostar 500 pesetas de gasolina, suficiente para varias excursiones dominicales.
El Camino de Ronda parecía más grande entonces. No había obras, ni metros, pues apenas habrían pasado diez o quince años desde que desapareciera el tranvía. Avanzábamos con esa música, ese ruido característico de los coches de antiguos, que los hacían parecer de juguete pero que los hace aún más entrañables si cabe.
Un día esos domingos de coche desaparecieron. Mi tío vendió el coche y sólo quedó el Simca Mil de mi madre. Que, por cierto, allí sigue.
jueves, 6 de junio de 2013
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Estupendo ejercicio de memoria, para un futuro libro de recuerdos de su zona.
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