sábado, 1 de junio de 2013

Sábado

Me empieza a preocupar que sea incapaz de mantenerme plácidamente dormido más allá de las diez un sábado, más aún en primavera, en la que parece que la subida de las temperaturas predispone a mantenerse horizontal más rato del debido y la torta del despertar me dura más de lo debido. E, incluso, es más profunda que en la siesta.

Desayuno acompañado, pero no mucho. En compañía, me refiero. Me zambullo en Internet, a ver qué ha pasado esta noche. Creo que cada vez soy un internauta más felino, esperando que todo siga igual.

Evalúo la conveniencia o no de salir. Me quedé sin efectivo y habrá que visitar el cajero. Tampoco hay yogures. Y mi precipitada marcha de mañana me invita a disfrutar algo de la que es mi Marina d'Or sin playa. Me enfundo las gafas de sol y bajo.

Están en feria. Las mismas luces. Eficientes, eso sí. Apagadas no son demasiado dignas de mi atención y me centro en observar a la gente. Turismo de despedida de soltero. Y alguna señora vestida gitana con bastón, esperando el autobús de la feria. La feria. Qué pereza.

Veo menos turismo convencional. Eso sí, un turista japonés, cámara en ristre, me saluda amablemente. Le devuelvo el saludo, porque uno es muy educado aunque lo disimule muy bien. Hay gente local. Me siento extraño entre ellos. También me siento extraño en otros sitios. No sabría dar una explicación.

En la plaza hay un gran bullicio. Artesanía, tómbolas solidarias y gente que protesta y que demanda. Todos conviven, quizá sintiéndose parte de lo mismo aunque cada uno vaya a lo suyo.

Dos patinetes atronan, camino de la Virgen.

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