Estaba de pie, junto al mueble nuevo de la cocina, el que tenía el mismo dibujo que la encimera. La guinda que faltaba al pastel. Cuidadosamente alineados estaban los cuencos a la espera del helado. A cada uno, el suyo. Faltaría mas.
Al hundir la bolera en el primer recipiente vio que estaba muy duro, así que cogio una cuchara. Curiosamente, no protestó por ello. Ni por tener que buscarla en el lío del cajón. Siguió administrando sin más. Y, al final, chuperreteó el resto que quedó en el bolero, pues en el segundo recipiente el helado resultó mas domable, dejándolo después en el fregadero. Colocó cuidadosamente las cucharillas en los cuencos y los asignó, como siempre, dando un ligero golpe en el cristal de la mesa. Luego, cogió el resto que quedó en una tarrina y salió al patio, al sol, para probarla.
Entonces, pensó que no era el.
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