Va uno con la música a todo tren y, además, con le suplemont du binoculaire, con lo que las capacidades de uno se ven notablemente mermadas.
La gente me saluda. Yo les sigo amablemente el rollo, pero no tengo ni idea de quienes son. Lo peor debe ser la cara que se me queda intentando ubicarlos. Pero como no me la veo, ni me la ven los interesados, pues me da un poco lo mismo. Bien es cierto que reconozco mejor a la gente que pasa en coche, lo que por otra parte dice bastante poco de mi. En lo material, se entiende.
Y, lo que sí tengo que agradecer, es que los conductores se salten la linea continua para adelantarme y no atropellar me mientras escribo en el móvil.
El Señor se lo pague.
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