Esta tarde he ido a un outlet, que es donde gente de mi condición espera pillar una ganga de una buena marca a un precio irrisorio. Es como una lotería, pero que te la puedes probar. Aparte de que, como decía Mecano, comprar barato da una extraña excitación. Aunque, tal y como está la cosa, nuestra vida se aproxima a un outlet, en todos los sentidos.
Una de mis acompañantes iba con la idea de comprar un abrigo largo porque, según me han informado, este año los abrigos se llevan cortos, por lo que no hay tienda donde le sirvan uno. Y en el trabajo le hablaron de esta tienda, como una especie de maná de productos old-fashioned, así que decidimos probar suerte.
A la salida del parking nos esperaba la rampa. Un poco más y me mato, pues había un resalte en el suelo que no estaba bien indicado, pero afortunadamente no pasó nada. Y, justamente enfrente de la salida, la tienda, ese arca de Noé de moda desfasada y tallas extremas.
Rápidamente nos pusimos manos a la obra, buceando en la sección de señora. Al poco rato decidí levantar la vista y descubrí que había una sección de caballero, así que abandoné a mis acompañantes surcando otros océanos textiles. Me encontré con la sección de trajes, donde pude comprobar los extremos de los tallajes. Me fascinó un traje negro de la talla 60 y pensé que, con esto de la crisis, podrían comprarlo dos personas y usarlo a la vez, compartiendo gastos. Me interesé por un par de americanas, pero había tal apretuje en el perchero que desistí. Y esa es precisamente una de las virtudes que debe tener un cliente de outlet, la paciencia. El saber bucear entre tanto trapo.
Después me dirigí hacia la ropa de deporte. Vi chándales muy aparentes a buen precio, pero la oferta no me llenaba. Cualquier cosa comprada en un outlet debe llenar al comprador, como si de una aparición bíblica se tratara. Recalé en la zona de los polares y chaquetas de senderismo. Alguna mona había, pero se repetía la sensación del chándal. Así que me di un garbeo por la zona de hogar donde me encontré a una de mis acompañantes, interesándose por una sartén de 24 cm de diámetro y una fuente rectangular para el microondas.
Y, entonces, apareció ella. Era una camisa a cuadros de marca aparente tirando a semi-lujo, cosa importante pues hasta en los outlet hay marca blanca, como summun del canallerío. La citada camisa tenía un 70% de descuento, casi que ni los contenidos de cualquier asignatura de la secundaria española. Pero, lamentablemente, no era mi talla. El caso es que decidí probármela, junto con dos pantalones de pana de la talla 42. Curiosamente ninguno me estaba bien, uno por exceso y otro por defecto. Pero la camisa sí que estaba en su punto. Así que decidí comprarla. Pero, hasta llegar al mágico momento del paso por caja, queda algo muy importante por sortear, puesto que siempre puede haber alguna panda de señoras organizadas que te la roben mientras te distraen, preguntándote por el precio de cualquier otro producto con la excusa de unas oportunas e inexistentes cataratas. Así que decidí agarrarla con fuerza mientras otra de mis acompañantes se probaba con gran entusiasmo pantalones de pana, que en estas tiendas son de pena, por aquello de los descuentos.
Finalizada la probatura, la principal interesada no compró nada y yo, que iba de acompañante, me acabé comprando la camisa. Como aquella vez que fui a una audición para un musical y cogieron a mi acompañante en vez de a mí.
Por fin el karma me tiene en cuenta. Muy agradecido.
viernes, 30 de noviembre de 2012
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