Quizá sea el hecho de limpiar para nada, de cocinar para mi mismo, de no haber salido de casa, o de estar aprendiendo una triste canción. Pero la realidad es tozuda, mientras el infernillo me quema el pie derecho. No me importa, porque voy a seguir teniendo frío por mucho que me arrime. Ese frío que se mete entre los dedos y que sólo se va cuando el agua caliente se infiltra.
Me lamento de no tener nada en casa convertible en sopa. Hoy la comida no me llena la barriga ni la guitarra el alma. Hasta me afeitaría por puro aburrimiento. Recuerdo canciones de épocas pasadas, cuando el fin no se veía. Nos bastaba saber que existía, como el infinito. Aquello que nadie ve, pero que nos rodea.
En silencio percibo los ruidos del bloque. La puerta que se abre, el ascensor que sube y se queda en el segundo. Unas palabras imperceptibles por el eco y, de nuevo, el silencio.
O sea, uno mismo.
sábado, 24 de noviembre de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario