Esta noche, como es habitual, he procedido a darme mi reglamentaria ducha diaria. Este hábito higiénico es, para mí, uno de los mejores momentos del día, junto con el de irme a dormir y el de llegar a casa después del trabajo y, además, me valió para obtener el premio "Chicle de Menta 2012" al profesor más higiénico, recogido este año en una magnífica ceremonia acompañada de vino y berenjenas. Además, hoy contaba con una motivación adicional, y es que mañana voy a ver a mi asesora bancaria, de la que estoy platónicamente enamorado. Yo creo que se ha dado cuenta y ha empezado a llamarme y mandarme mensajitos, con la excusa del plan de pensiones y del seguro del coche, pero yo creo de que se muere por mis euros. En fin, mañana saldré de dudas.
Así que me he desnudado y he girado el grifo del agua caliente, esperando que se obrara el milagro. Pero el milagro se resistía. He cerrado el grifo para comprobar que, en efecto, había girado el grifo adecuado en el sentido correcto confiando en que el agua caliente brotara de la alcachofa, pero tampoco. Así que me he envuelto en mi albornoz azul cielo con un timón bordado en rojo en la solapa y he bajado en busca de la avería.
Una vez ante el aparato, he pedido a mi ayudanta que girara el grifo del agua caliente y he podido comprobar que el calentador no se ha estremecido. Sorprendido, me he dirigido hacia el vademécum del calentador y he localizado la sección de averías tontas, cuya consulta es imprescindible para que el servicio técnico no te tome por idiota y, de camino, te clave 60 euros por el desplazamiento (curiosamente, en segundas averías en un determinado plazo no te lo cobran, por lo que el concepto facturable presenta bastantes dudas en su legitimidad)
Afortunadamente no ha habido que leer mucho. El manual decía que si no se encendía la pantalla LED es que le faltaba pila y nos sugería que, en caso de querer usar el agua caliente, las cambiáramos. Yo, en mi pueblo, tengo un calentador un poco burlón, pero efectivo, con un botón que tengo que apretar mientras con la otra mano le doy gas. De hecho, la sujeción del botón es tan campestre que, de tanto encender, se afloja y salta y hay que recolocarlo girando una ruedecica embellecedora. Pero este calentador de ciudad, tan refinado él que hasta te informa de la temperatura del agua tras pasar por sus llamas, dispone de un encendedor a pilas que, tras unos clicks imperceptibles hace prender la llama. Pero en ausencia de chispa, la llama no prende y el aparato queda un tanto inservible.
Así que una vez detectada la avería y localizado el repuesto piloso he procedido a la búsqueda del compartimento de las pilas. Lo he encontrado, pero no había manera de acceder a las baterías. A punto he estado de desconectar varios cables, pero la prudencia me ha podido. Equipado con una linterna de tamaño vidaliano, he hurgado sifrédicamente por las intimidades del aparato durante un buen rato, pero nada. Así que decidí resignarme y confiar en una colonia fuerte para mi entrevista del día siguiente. Justo cuando estaba a punto de volver a entrar en casa, he visto que el botón del calentador, el del cero con el uno dentro, estaba un poco más salido de lo habitual. Así que lo he apretado y he pedido a mi ayudanta que abriera el agua caliente. Y, ¡Aleluya!, el milagro se produjo, pues en la pantalla apareció un prometedor 6º que comenzó rápidamente a subir hacia las más altas cotas descritas por Celsius.
Y la pregunta es ¿quién ha desapretado el botón? Inmediatamente me he puesto a intentar resolver el enigma y creo que he llegado a la solución. Muy posiblemente haya sido el gato que, en su afán por sobarse contra todo, haya desapretado sin querer, o queriendo, que con los gatos nunca se sabe, el botón. Así que me he metido de nuevo en casa, me he duchado sin mayor incidencia y ahora les escribo esto completamente limpito, aunque algo azorado por mi torpeza en lo que a calentadores se refiere.
domingo, 23 de diciembre de 2012
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