Estaba yo en el super del cortinglés, con mis dos botellicas de aceite, buscando una caja en la que aposentarme. Puesto que está demostrado que siempre me ubico en la caja más lenta, decido no dar vueltas y elejo la del primer primo no par, que da justo a la calle de las aguas. Así no tendría tentaciones de coger otros artículos en la espera, que la psicología de los supermercados es muy malvada.
Al cabo del rato, cuando decido prestar atención a mi alrededor y salir de mis pensamientos, descubro que, justo detrás, se han adyacentado dos personas, hombre y mujer, con una conversación que se ha ido acercando poco a poco a mis oídos. Comenzaron hablando de que no iban a comprar champán, pero al final se acercaron por la botella. Y es ahí cuando comenzaron sus males. Que si en tal supermercado te pones en cola y la gente va pasando a la caja que te dicen, que si en otro supermercado te lo puedes tu pagar automáticamente... En ese momento uno piensa en espetarles que por qué no se han ido a ese supermercado, lo mismo que esa gente que habla maravillas de su país y pestes del tuyo, que es en el que vive. Pero la cosa seguía in crescendo. Hablaban también sobre el nivel de ocupación de los carros, que si hay que ver lo que compra la gente, qué carros más llenos. Y también sobre el pago. Que si con tarjeta la gente se despista y no sabe dónde la tiene, que si hay que tenerla preparada, que si vaya viejas torpes, que si las cajeras no se mueven, que por qué han quitado la caja rápida...
Yo, que me había propuesto tomarme la compra como una distracción o regalo de reyes, estaba ya a punto de la taquicardia. De no ser por el colón sifrédico que se había montado detrás me hubiera ido con gusto a hacer como que miro y sobresaltar a algún guardia de seguridad, pero tampoco era plan dada la avanzada hora de la mañana, casi tarde. Y en eso que se acerca una señora, con chaleco de pieles de dudosa autenticidad, con un carro infraprovechado solicitando pasar por el ya de por sí angosto pasillo mermado por nuestra presencia. Tras un infructuoso intento,la parte masculina del matrimonio del Moet-Chandón le dijo que diera la vuelta, que había mucha gente. Y tras una tensa negociación en la que estuvo a punto de tener a la estantería de los chicles como víctima colateral, la señora impostora en lo que a vestuario se refiere se volvió descriptiblemente cabreada por donde le indicó su reciente enemigo, que exhibió victorioso el champán.
Afortunadamente la cola aceleró y, tras desearle feliz año a la amable cajera y aparecérseme un ángel en sueños, volví a mi casa por otro camino.
lunes, 31 de diciembre de 2012
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