He arreglado la persiana, domando la infame cuerda de plástico. He descubierto que la bisagra de la puerta se sale de la madera y que hace que el embellecedor del marco salte. Lo que se llama chapuza, en su sentido más clásico. Me conformo con apretar un poco los tornillos, con la esperanza de que salte el marco y, en dos meses, vuelva el puertero y echar sucedáneo de 3 en 1 (que vivan las marcas blancas)
La puerta parece que ya no hace ruido y se queda más quieta, pero en su ángulos más agudos, vibra. Mejora sustancial, me informan. Me sugieren aplica la misma técnica a la llave de paso del bidón. Lástima de vacaciones, que nos privan de tertulias políticas de mañana.
La persiana se muestra más dócil. El domingo me saltó por dos veces la desvencijada cuerda blanquiverde. Hoy he buscado los grampillones que con tanto amor clasificó mi tío en el sucio banco de madera, otrora de carpintero. Los hallé justo donde estaban. Y conseguí fijar la cuerda con él en la madera de la persiana, enhebrando el rebelde plástico por el agujero. Casi me da algo al pensar que la cuerda no tendría la longitud suficiente, pero erré en los cálculos.
Ahora pruebo que resista el apaño.
Qué curioso, lo mismo que yo.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
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