Se cargó la palmera. La del patio. Por una parte está bien, porque un poco más despejado el camino a la cochera. Esa cochera con dos puertas, una para entrar y otra para salir, que es el anhelo familiar más estúpido, pues digo yo que basta buscar a un albañil o dos y ponerse manos a la obra, nunca mejor dicho. Eso, y pedir un vado. Pero bueno, es bien sabido el gusto de esta familia por la incomodidad. Claro que ya, a mi, plim.
La cuestión es que cayeron las ramas. El hipotético jardinero experto en palmeras que iba a venir a sanear no llegó. Menos mal que yo tenía guardia de huerto y me he puesto hoy manos a la obra. Me he pinchado y me ha salido una gota de sangre. Y eso que he apretado. Ahora me molesta un poco el dedo, pero tampoco nada grave. Confío en que no haya que amputar.
Una vez apiladas las palmeras secas, las ofrezco para el Domingo de Ramos a buen precio, he quitado con mi recuperada azada algo de hierbas, de esas que se agarran con ansia al suelo. Luego las he ido apilando y he comprobado que, sin duda, el animal más perfecto de la creación divina es el gato. Allí estaba, sentado con las manos en los bolsillos justo debajo de la otra palmera, viendo como acarreaba hierbas secas de un sitio a otro. El algún momento ha debido tener sueño y se ha acurrucado, tapándose con la pata el oído, pues por lo visto le estaba molestando con mis trabajos. Desde luego, que abnegación.
Para acabar por hoy he quitado un árbol que estaba ahí, sin hacer nada útil salvo la fotosíntesis, para calzar el pobre celindo, que a ver si conseguimos revivirlo. Se me ocurre una traslación al ámbito escolar, pero la voy a omitir por estar en horario infantil. Tengo al granado y al membrillo zamboa en lista de espera para ser calzados, en una acepción decente de calzado, se supone. Pero para ello necesito ramas más altas, escalera, y alguien que certifique mi óbito en caso de caer. Que sería de muy mal gusto caerse de la escalera sin que nadie lo viera.
miércoles, 3 de julio de 2013
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