lunes, 8 de julio de 2013

Fulgencias

Como esta mañana no tenía plan me he ido a urgencias. He de reconocer que ha ayudado el hecho de la mano palmipinchada, pero es que el verano mengua las perspectivas de ocio. Así que, una vez desayunado y ataviado con un libro me he personado en el hospital, a ver qué me decían. He de reconocer que, a mis 34 años, estoy alcanzando un nivel de abuelismo que me hace sentir bastante orgulloso de mi mismo. Tan sólo me faltaría subirme algo más los pantalones y la chaqueta cubana aquella que tenía mi tío. Ah, y enseñar camiseta de tirantes con panza.

Mucho tráfico para ir. Taxis, coches de policía corriendo de un sitio a otro. Mucho ruido. No estoy acostumbrado a ello, así que casi llegando he optado por ponerme los auriculares. Los sonidos de la ciudad no me interesan.

Llegada sorprendente, pues de nuevo han vuelto a cambiar el mostrador de admisión. Con dificultad saco de la cartera la tarjeta y superamos el papeleo sin más problema. Paso a la ya entrañable sala de urgencias y dudo donde sentarme. Al final lo hago cerca de una señorita bastante marimacho que me mira con desdén. Yo aplico cierto melasudismo y abro mi libro, sobre música y matemáticas. Al rato llega la amiga/hermana/vetetuasaber y se ponen a hablar, confirmando el marimachismo prescrito. Y yo me zambullo de nuevo con mis octavas y mis cuartas.

Me llaman relativamente pronto. A lo lejos, en el pasillo, veo al médico que atendió a mi padre. No se si me habrá conocido, pero el mío me espera dentro de la consulta. Pido pasar y el Dr Hipster a falta de aifon me recibe. Empiezo a contarle mis cuitas y, de repente, le vibra la bata. El Dr Hipster con aifon confirmado sale al pasillo a atender la llamada. Mientras, mis ojos se pasean por la consulta, por los comunicados internos, por la pantalla del ordenador.

Al final soy examinado. El Dr Hipster de tupé imposible a lo lamido de vaca me tranquiliza. Dice que es normal que las plantas desarrollen bacterias que luego se inoculen el en cuerpo. Pienso para mis adentros que si hubiera visto el estado y ubicación de la palmera me habría amputado el dedo y lo hubiera quemado como medida preventiva. Pero es lo que tiene la inocencia.

Salgo camino a la farmacia. La mano reclama su cuota de importancia y empieza a doler sin que mueva el dedo. Llevo el talonario, pero como estoy agilipollao se me olvida que me hagan las recetas. Paso de volver. Ya tengo plan para mañana. Ir por recetas.

¡Vivamos la tercera edad, qué caray!

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