A pesar de estar sentado al sol tengo que ponerme el abrigo, pues el viento de enero me trae frío, un frío que me llega hasta mis huesos.
Es un viento amargo, pues me trae dudas, no como el viento del verano, que me trae el rumor de las olas rompiendo en la orilla o la lejana sonrisa de niños de otras épocas haciendo castillos de arena.
Es un viento que me empuja lejos, que hace que pase gente por mi lado y me rodee como un obstáculo.
Es un viento que suena entre las hojas de los árboles, que mece las ramas de los arbustos y que hace que suenen amenazadoramente.
El sol sigue sin calentarme. Vuelvo. Y es entonces cuando el viento me trae sonidos agradables. Justo es reconocerlo.
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