A punto de ser atropellado simultáneamente por un autobús y por un abuelillo en un todo terreno que me da por pensar que eso de los pasos de cebra no era de su época llego a mi pequeño cubículo, rodeado de papeles y pensamientos. Los pensamientos no son gran cosa. Los papeles, menos.
Pienso en mis promesas rotas de hace tan solo un día, y en que unas mañanas no doy a basto y en otras la tranquilidad me invade. No siempre, claro. Normalmente quien menos te lo esperas, en un ejercicio de soy tonto aunque no lo parezco te la clava. Es lo que tiene la pernocta infantil, que acabas un tanto excretado al levantarte.
miércoles, 2 de febrero de 2011
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