A pesar de todo esta mañana me he levantado pensando en ti, como hago siempre desde que te conozco. Me he vestido y he desayunado, con el firme propósito de olvidarte. He conducido hasta el trabajo y me he sentado delante del ordenador, he atendido el teléfono y me he ido a desayunar con el periódico debajo del brazo, como todos los días. Me han preguntado por ti y he mentido, como siempre hago. Aunque las mentiras no lo son, puesto que ni ellos ni yo nos las creemos ya. He llegado a casa y me he preparado una lastimera comida. Me acurruqué a dormir la siesta y, mientras abrazaba un cojín, pensé que eras mía durante un breve instante. Desperté pero no me incorporé. A fin de cuentas no tenía nada que hacer. Salí a dar un paseo y me encontré, casualmente por supuesto, aquél árbol donde tallamos nuestros nombres dentro de un corazón. Mi mano dudó en repasar la corteza desgastada. Al final volvió al guante del que había salido. Creí verte entre la gente que se agolpaba en el paso de peatones, pero no estabas. Se hacía de noche y volví a casa. Una casa sola y fría, a pesar de ser pequeña y llena de las cortinas que tu misma compraste. Me desnudé casi como lo hice la primera vez que estuvimos juntos, cuando te reíste tanto que casi te ahogas y me hiciste sentir como un payaso. Pero luego me abrazaste y me besaste. Una lágrima se mezclaba con el agua en la ducha.
Me asomé a la ventana y te vi. Y entonces pude descansar tranquilo.
lunes, 14 de febrero de 2011
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