Se había hecho de noche. La tarde había transcurrido de forma primaveral, tanto en lo meteorológico como en lo personal. Visita a la cuna de la ciencia, visita a una librería, viaje en ascensor... lo que se dice una tarde completa.
En el coche, de camino a casa, dos almas discutían sobre muchas cosas, algunas amables, otras más duras, pero siempre cercanas. Una conversación sincera, con confidencias, sobre nuestros éxitos y fracasos en la vida, recientes y no tanto.
Siempre que tengo una conversación intento recordarlo todo, para luego escribirlo, pero nunca son interesantes las palabras en sí, sino lo que queda tras la conversación. El afecto que se encuentra en una voz amiga, sentirte a gusto en un asiento delantero, mientras ves pasar los kilómetros con la música de fondo. Y hablar, escuchar, sentir. Comprender los problemas del otro, e incluso creer por un momento que puedes ayudar un poquito a arreglarlos.
De alguna manera, sentir que estás empezando a construir algo tuyo, algo que te pertenece, en contraposición a lo que te ha tocado ya hecho. De alguna manera, estoy encontrando mi sitio en el mundo.
Por todo ello, gracias maestro.
jueves, 24 de febrero de 2011
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