Allí estaban, después de tanto tiempo, todos sentados en una mesa. Las mismas caras, sin apenas arrugas, se volvían a ver. Alguna cana de más, algún sueño alcanzado, pero seguían siendo los mismos. Cada uno en su papel. Desde el graciosillo de turno, hasta el intelectual más refinado.
Sentados en esa mesa recordaban tiempos pretéritos aunque cercanos, la vida del día a día cuando compartían cuatro paredes y muchas almas. Los problemas que había que resolver, los cafés en el recreo, las malas palabras, las buenas acciones, los disgustos, las alegrías.
De nuevo alrededor de una mesa. Y, a pesar de que las cosas habían cambiado, por apenas 4 horas todos volvimos a ser una gran familia, esa gran familia que tuve la suerte de disfrutar y a la que siempre le estaré agradecido, porque sin ellos no habría llegado donde estoy y quizá mi vida sería distinta. Porque me ayudaron a pelear por mi sueño, mostrándome que, a pesar de todo, vale la pena.
domingo, 6 de febrero de 2011
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