Sobre los campos se cierne una nube blanca, no de temor sino de esperanza. Una nube blanca que siembra de pequeños copos la carretera, que juguetean con el aire que deja mi coche al pasar. Copos que suben y bajan, caprichosos, sabiendo que su destino es morir pero que con su muerte pintan de blanco el suelo, los árboles, nuestro mundo y nuestras vidas. Cada vez son más, como miles de soldados en su curiosa formación sin filas ni columnas. La luz de la tarde es perfecta, el sol está escondido y el blanco confunde el cielo con la tierra. No quiero que este momento acabe nunca, pero se me escapa como aquél copo que dentro de mis manos es liberado por el viento y burlonamente me dice adiós. La tarde sigue cayendo y yo me voy acercando a mi destino.
Por una vez, la noche no resulta mágica.
domingo, 23 de enero de 2011
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Excelente.
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