Dentro de la gran variedad de comidas canallas existen unas especialmente interesantes, que podríamos denominar express, que hoy he descubierto y que abren ante mi un gran abanico de posibilidades que ciertamente me deja asombrado.
Hoy tengo prisa. He salido tarde del trabajo y esta tarde tengo que volver. Cosas de los jóvenes yuppies urbanitas, valga la redundancia. Tampoco me podía quedar a comer en la calle, pues hubiera tardado mucho, así que he decidido improvisar uno de mis platos rápidos. Pero he recordado que compré una lasaña en cierto supermercado y he decidido tirar de congelador. Afortunadamente, ésta se hace en el microondas, no como otra que que he comprado otras veces, que está bastante bien, y que para hacerse necesita mil años. Así que he sacado del envoltorio la bandejita, la he puesto en un plato y la he metido en el microondas.
He de decir que la vista de la lasaña congelada era poco prometedora. Pero una vez pasada por el microondas la vista ha cambiado de poco prometedora a un adjetivo que habría que inventar, entre desoladora, patética, penosa... a ver si algún académico leyera esta entrada y que comiera la misma lasaña, me ayudara en este trance. Pero bueno, la prisa manda. He cambiado la lasaña de plato y he procedido a llevármela a la boca.
Naturalmente, me he quemado. Pero no ha tardado mucho en enfriarse. La pasta de la lasaña estaba como cuando los fideos están casi a punto pero no. Pasta pastosa sería la textura. La carne no estaba muy allá y para mí que es la bechamel lo único que se salva, sin ser tampoco algo fenomenal. Lo mejor de todo, la lasaña al calentarse se colapsa sobre el centro de la bandeja, dejando el lateral vacío y requemado, con lo cual los 300 gr de producto prometidos se quedan, estimando a ojo de buen cubero, en la mitad. Y, al final, justo en el último tenedor que me llevo a la boca, un regusto picante a no sé qué. Menos mal que no es muy intenso.
Si mi estómago tuviera ojos, bueno, otro más, me miraría con cara de pena. Pero las emociones fuertes no han llegado a su fin. Como colofón, una pera dura y un melocotón verde que me deja en la boca ese regusto a acidez que tanto me gusta. A eso se le llama redondear el menú.
Lo bueno, que casi no tengo que fregar platos. Y que siempre tengo chocolate en casa.
miércoles, 28 de septiembre de 2011
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No se queje Vd. en demasías excesivas, que de resultas de comida en restaurante de buena relación calidad Vs. precio, de los que inclusive poseen parte noble en los que paran gentes que no son mileuristas, tengo yo una acidez de mil pares de webs. El adjetivo para la lasaña, ¿podría ser tristérrima? Ya lo pensaremos. Indudablemente, sabadesua, sendas frutas igual de lamentables redondean el festín gastronómico. Andevaparar!
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