Madrugar un poquito más de lo normal. Hay que recoger unos elementos imprescindibles para el aprendizaje humano. Con razón los de mi generación son todos gilipollas sin remedio.
El campo se quita las legañas, mientras a lo lejos unas nubes amenazan el sol de septiembre. Los paisajes se suceden, como siempre en la misma frecuencia y forma, mientras la carretera serpentea entre ellos.
Llegamos pronto. Bajamos a una sala donde hay muchas mesas, con montañas de portátiles metiditos en sus bolsas negras. Nos informan que tenemos que ir a la mesa 4, donde una atribulada alumna de un IES nos proporciona los aparatos. Pienso en que deberían estar en clase, pero están allí, repartiendo aparatos, con señores encorbatados marcados con la etiqueta de la autoridad docente, porque son ellos los que saben de todo. Firmamos y nos tomamos un café con pastas. Y un postre de esos de la Tía Mildred. Sequísimo, por cierto.
Nos reciben los mandamases, que de tanto dar las gracias me hacen desconfiar. Nos reparten las consignas de turno. Y se salen a fumar un cigarro mientras que los técnicos nos enseñan a subir y bajar archivos.
Y es cuando dijimos basta. Y el verano volvió a nosotros.
lunes, 19 de septiembre de 2011
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