A Gonzalo.
Qué mirarán tus ojos, tan pequeños y tan negros, mientras paseas tumbado en tu silla, mientras tus padres hablan con esos extraños que has conocido hoy.
Tan solo te preocupas por dormir y comer. Tan sólo quieres que jueguen contigo, que te cojan, te abracen, te mezan, tan solo quieres ser el centro del universo de la familia que te ha recibido, que te ha deseado durante tan largo tiempo.
Pero tus ojos negros me miran. Se clavan en los míos. Y es entonces cuando me pregunto ¿Qué mirarán tus ojos?
Pienso entonces que tengo delante las puertas a un universo infinito, el universo en el que tú lo contienes todo. Esa mente de cinco meses que no acaba de comprender todo aquello que la rodea, que es un lienzo en blanco sobre el que se están empezado a hacer esbozos a lápiz de tantas y tantas cosas. Esbozos que serán borrados y sobreescritos hasta que alguien dé con la figura que está buscando. Esbozos y dibujos que te ocuparán toda tu vida, hasta que se cierren, dentro de muchos muchos años, tus ojos negros.
Sigo paseando contigo y nuestras miradas se vuelven a cruzar. Me miras y haces que sonría. Y es entonces cuando tú te ríes porque me has hecho reír. Y es cuando me doy cuenta que, a pesar de todo, estamos a tu merced. Sin poder, ni querer, evitarlo.
Ya en casa, sentado en tu silla, nos sigues mirando. Miras la tele. Miras alrededor. Nos ves hablar, compartir un rato de nuestras vidas mientras recordamos todo el tiempo que compartimos juntos y que queda lejano, pero fresco. Te sientas entre nosotros. Te sabes el centro de atención. Y cruzas tu mirada con cada uno de nosotros de nuevo.
Y entonces es cuando me pregunto ¿Qué mirarán tus ojos?
domingo, 25 de septiembre de 2011
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