Mañana de guardia. Resulta raro un día de estos, en los que la rutina se ve alterada por acontecimientos imprevistos, aunque en parte esperados. Hoy no ha tocado ir corriendo tras el pistoletazo del despertador hacia la rutina de los lunes. Hoy la guardia será de toda la mañana y de tarde, pendiente del teléfono.
Salgo de casa, recalando después en en kiosko, pues hay que proporcionar algo de entretenimiento al enfermo y acompañante. Hace el frío que se espera en vol mañana de enero, con el suelo mojado depués de la lluvia de anoche. Cojo el autobús que viene sorprendentemente rápido y me vale el vetusto bono bus, pues mi transporte en esta ciudad son mis pies. No hay mucha gente, la hora punta acaba de pasar.
Miro por la ventana. No hay tráfico en exceso. Los autobuses pasan y los taxis también. Paso por un instituto de solera, y me pregunto si alguna vez daré clase en él. La respuesta tampoco me preocupa.
Salgo a papeleos. Casi que coincide con la hora del desayuno. Hace sol, pero no calienta en exceso. Hay gente por la calle, paseantes jubilados, estudiantes con cara de examen cercano. Pero la calle está en silencio. Nadie habla, tan sólo los cláxones de los coches queriendo pasar, aunque muchos de ellos no vayan a ningún sitio, tan solo están ahí por estar. Por mantener una cuota de tráfico mínimo. Los que dicen que buscan aparcamiento.
Tengo hambre. Me acuerdo de la palmera de chocolate que vi ayer en un escaparate.
lunes, 14 de enero de 2013
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