Cayó la tarde. Estaba esperando que sonara el teléfono pero no pasaba nada. Decidió llamar, pero fuera de la habitación, por aquello de huir de los paralelismos. El teléfono sonaba, pero nadie contestaba. No supo interpretar si era o no buena señal. Decidió insistir, obteniendo el mismo resultado. Definitivamente, no había nadie en casa, cosa que no es normal.
Pensó que era bueno, pues quizá había mucha gente antes. Pensó que era malo, pues las noticias malas siempre iban con retraso, justo cuando no había manera de evitarlas. Porque la distancia es el olvido, pero también la ignorancia. Y la tranquilidad.
No podía evitar echar la vista atrás. Por eso salía de la habitación cada vez que el quería marcar. Compulsivamente levantaba y bajaba la persiana, como aquella tarde en la que las lágrimas sacudieron muchas almas y alguna conciencia, al menos por unos días. No podía dejar de recordar.
Pero había algo distinto. Esta vez era martes.
Por fin consiguió comunicación. Las noticias le tranquilizaron, a pesar de no dar información positiva. Ni negativa. Tan solo quedaba seguir esperando.
Una vez más.
Tanto esperar y, al final, se nos pasa la vida.
martes, 8 de enero de 2013
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