El primer partido enfrentaba a los ganadores de los anteriores partidos de la liguilla recreil celebrada en las últimas semanas. Los equipos en liza eran los correspondientes a 3º ESO B, que actuaba como local, y 1º de ESO C, que actuaba como visitante, aunque curiosamente la pista donde tuvo lugar el encuentro esta justo debajo de su clase, pero bueno, son cosas del fúrgol.
Al principio ambos equipos estaban temerosos, como dos perros husmeándose con el rabo señalando al cielo. El equipo visitante se veía nervioso. Prueba de ello es que no hilaban las jugadas, ya que apenas llegaban al remate. Poco a poco, el equipo local, de los hermanos de Boer, fue tomando confianza y aumentó su posesión de la pelota. Pero la lata no quería abrirse. Hasta que en una jugada por la banda izquierda, derecha según el narrador, el esférico se abalanzó sobre las redes, ascendiendo el primer tanto al marcador.
Poco a poco cundía el nerviosismo entre los visitantes, que acabaron encajando un par de goles en un breve lapso de tiempo. Pero con el 3-0 en el marcador, los jóvenes de 1º ESO C sacaron la casta que llevan dentro. Algo más relajados que al principio, pues ya pasaban casi 10 minutos del primer tiempo, comenzaron a hilvanar las jugadas. Aunque les faltaba algo, un rematador, un killer del área. Pero insistiendo como martillo pilón consiguieron el primer gol, casi al límite del descanso. Dicen que esos goles son los más peligrosos. Y así fue porque, aunque la diferencia era cómoda, la confianza de los locales fue su mayor error.
Ya en el segundo tiempo, el equipo visitante estaba más seguro, más tranquilo. Y jugaron como los ángeles. Fútbol de pase, de triangulación. Con clase. Ello desquició al equipo rival que, de verse con el partido ganado, pasaron a sufrir. Y mucho. La grada disfrutaba con el espectáculo, pues con la paciencia característica de aquellos que confían en sus posibilidades sabían que llegarían los goles. Y así fue. Y los visitantes consiguieron empatar. Y los nervios de los locales se pusieron a flor de piel.
El empate llegó casi al final, en una estupenda jugada por, de nuevo, la banda derecha, izquierda según el narrador, que se retiró de la posición inicial para dominar mejor el campo. Y, tras el pitido del árbitro, que estuvo impecable, pasamos a la suerte máxima, los penáltiles.
Comenzaron los visitantes, fallando. Pero los goles fueron cayendo y los errores de los visitantes se compensaron con los nervios de los locales. Ya con el corazón en la boca y el campo invadido por un público entregado se llegó al final de la tanda, de nuevo con empate a 4. Pero la mala suerte quiso que el jugador de primero C fallara y el de tercero B acertara, con lo que el partido quedó acabado, con un desolado equipo perdedor, que tuvo la victoria en sus manos pero que se le escapó, como un bulano llevado por el suave viento de los atardeceres de verano.
miércoles, 27 de febrero de 2013
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