El domingo es un día para levantarse tarde. Incluso, desayunar en la cama, tras haberse desperezado tranquilamente, pues si algo caracteriza el despertar dominical es la falta de prisa. El tiempo pasará a nuestro antojo. Luego, una ducha. Vestirse. Ponerse guapo e ir a pasear, aprovechar el sol de invierno, que acaricia sin quemar.
El paseo puede ser solo, en compañía par o familiar. Es momento de encontrarse con familia o amigos, intercambiar saludos. Comprar la prensa, incluso alguna penícula, antes conocidas como flims, de esas que con generosidad nos obsequian las distintas cabeceras nacionales o regionales.
Luego, antes de ir a casa o al restauran, queda la ceremonia del vermú, con tapita, que prepara al estómago para el comilón dominical. Y luego queda la tarde, disfrutando de los ocios y hobbies propios, sintiendo que se acerca una nueva semana, pero sin apenas preocuparse, porque, a fin de cuentas, sigue siendo domingo.
Pues así, por increíble que parezca, son mis domingos.
Los cohones...
No hay comentarios:
Publicar un comentario