Durante toda mi vida he ido perfeccionando este noble arte, de tal forma que cualquier cosa que haga está mal, aunque la intención sea buena. Esto, aunque pudiese parecer un fastidio o incluso deprimente, es estupendo, porque siempre te garantizas que todo aquello es equivocado.
De aquí se obtiene como consecuencia que siempre se es el culpable de todo. No importa la intención con la que hagas algo, o si simplemente se desea dar un giro a tus circunstancias.
Y como corolario, puesto que siempre se es el culpable de todo porque se he hecho algo mal, siempre se tiene el chivo expiatorio perfecto.
Todo son ventajas. ¡Anímense!
domingo, 2 de enero de 2011
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