Ya es de día. La noche pasó sin más, con algo de fiebre. Pendientes de la respiración, tranquila. Hasta las cuatro, cuando ya empezó el baile de entradas. Un termómetro travieso o con pocas ganas de trabajar. Pero sin mayor novedad.
Luego las visitas de buenos días. Analíticas, orinas o demás historias. El ritual del amanecer. Me toca segundo turno de desayuno. Todo sigue tranquilo.
Decido bajar a desayunar en zapatillas, perdiendo un poco de pudor. El camarero es extremadamente amable y repite la comanda cuando te la deja en la mesa. Demasiado desayuno para tan presumiblemente poco esfuerzo, pero en estas situaciones mejor estar comido, por lo que pueda pasar. La parroquia anda dormida. Es raro ver a un señor desayunando solo sin hacer caso al móvil. Su vecina de mesa lo devora, pringándolo de mantequilla.
En un gesto de comodidad subo en el ascensor. Luego ando por los pasillos. Un señor se lamenta profunda y cíclicamente, mientras por la escalera sube el llanto de un recién nacido. Los ascensores suben mercancías y vituallas. Solo estamos a esta hora los acompañantes. Silencio en el pasillo, sólo roto por las ruedas de los carros y los andadores.
martes, 19 de marzo de 2013
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