Y mientras le poseía apenas era capaz de dominar sus impulsos. Era consciente, pero no podía reprimirlo. Como un viento huracanado, una fuerza desbocada, como el mar rompiendo en la roca en un día de oleaje, de cielo plomizo y relámpagos.
Cruzó la línea. Y luego sintió miedo por lo que había hecho. Miedo de sí mismo. Miedo de sus actos. Y vergüenza.
Y se retiró, solo, al pasillo de la desesperanza.
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