Llueve. Casi se me moja la ropa, pero por suerte reaccioné a tiempo. Y, después de la menta poleo, a limpiar la casa. Tiene algo el trabajo en el hogar que me priva. Por si acaso no me dura el trabajo del que como.
Noticias desde la lejanía. Nos resistimos a aceptar la realidad, que es tozuda y cruel, pero es la que hay y con ella hemos de bailar.
Nos bombardean con el cónclave. Para querer ser un país laico, entendido como ateismo por aquello de querer sacudirse el nacionalcatolicismo, estamos muy impuestos en los rituales religiosos. Todo son apuestas sobre la duración del evento y favoritos. La vida como evento que pasa mientras apostamos. O comemos gusanitos. No obstante, es un espectáculo tan anacrónico que fascina, con su orden, su individualidad, su púrpura uniformidad. Y, sobre todo, con la falta de prisa que sorprende a un mundo que cada día corre mas para no llegar a ningún sitio.
Se me ocurrió esta tarde mientras fregaba, o quizá lo oí en la tele, que en épocas difíciles hacen falta hombres de altura. Justo lo que no hay. O, al menos, no se manifiestan.
Por cierto que no se ven caracoles. Y mira que ha llovido.
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