Estaba yo tan tranquilo, esta tarde, disfrutando de mi pou y de mi gato en la terraza de casa cuando, de repente y sin previo aviso, me atacó una avispa. La verdad es que entiendo que no me avisara, aunque es cierto que hubiera sido una cortesía.
Tras la confusión inicial, sentí un dolor en el cuello. Por lo visto, la muy ladina, se introdujo por entre las oquedades del polar y camiseta sin decir nada. Y, al sentir yo cierta agitación posterior, desenvainó su aguijón y me atacó sin mediar zumbido. Como respuesta inicial, lancé un grito de dolor desgarrador que recorrió el valle del Darro hasta Plaza Nueva. Me llevé la mano al cuello y de allí salió la muy traidora, que agonizaba por haber perdido el apéndice heridor. Que se joda la muy puta.
El caso es que inmediatamente comuniqué la incidencia y fui diligentemente atendido por mi hermana, que presenció el hecho sin poder evitarlo. Tras consultar en Internet me aplicaron vinagre, que ha dejado un simpar y embriagador aroma en mi piel y una compresa fría, de esas que hay en el insti para cuando los niños se esloman y hay que facturarlos al centro de salud.
Y ahora estoy aquí, narrando este acontecimiento mientras se hace la hora. Aunque no sepa de qué.
miércoles, 27 de marzo de 2013
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