Leo en los blogs, periódicos y demás satélites lo de la polémica de las dos horas de más. Sin entrar en otras consideraciones sobre los medios de comunicación, que ya tendrán lo suyo, me sorprende la virulencia de la reacción del resto de trabajadores ante las pocas horas que trabajan los docentes.
Vagos nos dicen. Ahí empieza la mentira. Se dice que trabajamos 18 horas a la semana. Lo que no se dice es que son 18 horas lectivas, es decir, 18 horas de clase. No se dice que hay que hacer guardias, o atender a alumnos y padres o hablar con los demás miembros del departamento. Si eres tutor directamente te puedes morir, puesto que te tienes que reunir con padres que en el mejor de los casos se sienten culpables por no atender suficientemente a sus hijos y en el peor padres que directamente pasan de ellos y los dejan allí para que no estén en casa solos o en la calle dando vueltas. Y te tienes que ganar al padre, al hijo y al espíritu santo si lo hubiera. Por cierto que se recogen un par de horas en la legislación para atender a padres y nunca se tardan menos de tres, sobre todo si el padre realmente se interesa por su hijo y quiere hacer algo por él.
Tampoco se tienen en cuenta las correcciones de trabajos, libretas, exámenes y preparación de clases, que por lo visto según se cree ya están hechas de otros años. Cosa que en parte es cierta, pues las asignaturas son las mismas, pero los alumnos no, por lo que se tienen que reformar o rehacer.
No entran en las maquinaciones de estos señores el trabajo como psicólogos que muchas veces nos vemos obligados a hacer. Muchos de los problemas que se tienen son en parte porque a los niños no se les hace caso, aunque haya algunos que son pequeños cabroncetes. Hay que sujetarles como cuando se anda en bicicleta por primera vez, para que cojan confianza en ellos mismos. O, al menos, eso se intenta.
Pero lo peor de todo es el desprecio con el que se nos trata, a pesar de que los recortes en educación se reflejan con masivas llevadas de mano a la cabeza. Se intenta inculcar unos valores de esfuerzo, trabajo, honestidad que luego son sistemáticamente pisoteados por esos mismos medios de comunicación que ridiculizan tu trabajo señalando como modelos social a una señora que se acostó con un torero y tuvo una hija con él. Quizá deberíamos hacer todos eso. Entonces, ¿para qué sirve que se hable a los alumnos de algo que luego va a ser arrasado? ¿De qué sirve que reguemos un campo que va a ser quemado después?
Si aun así se sigue pensando que somos unos privilegiados, dicho privilegio es fácilmente asumible. Hagan una carrera, preparen unas oposiciones y póngase a dar clase en un centro con la maravillosa ley educativa que tenemos. Verán como piden no dos, sino dos mil horas más de clase.
jueves, 1 de septiembre de 2011
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