Una de los motivos de inseguridad de los seres humanos es la pertenencia. Es decir, el pertenecer a algo, bien sea una tribu, una religión, un club o cualquier milquinienta de esas. Fíjense si no en que todo tipo de agrupación comparte unas formas, aunque en el fondo sean cosas distintas. Y muy posiblemente la razón de la existencia del ser humano, entre otras cosas, sea la búsqueda de a qué grupo pertenece.
En ocasiones puede haber otro que te inicie, comenzando el camino primero arropado dentro de la asociación elegida o sugerida y, posteriormente, desarrollando la propia existencia dentro de la misma, siguiendo los cánones o reglas indicados. Supongo que los individuos con más suerte son los que están en este grupo.
Otros humanos dedican parte de su vida a buscar a sus semejantes más semejantes, valga la repetición. Con suerte se acaba encontrando el camino más pronto que tarde, aunque algún pobre diablo habrá que no lo haga y se quede varado en las playas de la vida, como los delfines esos que se quedan encallados y que son la atracción fugaz de un día de verano.
Y, así expuestas, quedan las disyuntivas. Pero yo creo que no, pues faltaría algo por aportar, la opción más importante que, por inconexa, no debe ser menos conocida. Me refiero a la no tribu, a aquellos que no son aceptados en ninguno de esos grupos, que viven al margen de los mismas, conscientes de su presencia pero incapaces de decidirse o de clasificarse o no ser aceptados.
Por eso, cuando los miembros de este club se sientan, desanimados, sobre la hierba mirando al cielo, buscando alguna respuesta ante la impotencia, deben saber que, al igual que aquellos que los denostan, pertenecen a su asociación. Y su característica común es el presentimiento de conocer que, un instante antes y un instante después, alguien distinto a ellos se sentirá como ellos.
Y es eso lo que les reconforta y les une. No necesitan más.
martes, 9 de octubre de 2012
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