Bien es cierto que estaba la tarde nublada, pero por ese nublado de compromiso, que tapa el cielo pero no puede con el sol, haciéndote llevar gafas de sol que te hacen sentir un poco incómodo mientras conduces. Pero al subir la cuesta, allá donde la carretera cambia de nombre, las nubes se tornaron amenazadoras. Parecían como humo de un fuego cercano, pero con una textura ligera, etérea, y limpia, no como la del incendio. La temperatura bajó notablemente y tuve que encender las luces, a pesar de que la capa no era muy gruesa.
La sierra apenas se veía. Las montañas más bajas se adivinaban tras una espuma que corría rápida. Era cuestión de tiempo que comenzara a llover. Aun así, aguantó bastantes kilómetros antes que unas tímidas gotas se posaran en el parabrisas. Y luego, la lluvia a secas. Gotas que caían con una fuerza discreta sobre el cristal, saludando al otoño, por fin, tras un estío que se resistía a irse.
Y en el puerto, nubes bajas, faros antiniebla. Y silencio.
viernes, 19 de octubre de 2012
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