Estaba yo tan tranquilamente, en casa, viendo cosas del máximo interés en Internet, cuando han llamado a la puerta. Ha sido una llamada atropellada, una llamada que requería mi interés. Así que, diligentemente, he acudido a abrir.
Al acercarme a la puerta he tenido una sospecha de quién podría ser. Sospecha que confirmé al abrir. Se trataba de unos niños vestidos con unos simpáticos disfraces que venían a pedirme caramelos. Me ha parecido enternecedor y muy simpático.
Pero entonces he caído en que me pasa lo mismo de siempre. Con el ajetreo de la vida moderna se me olvida tener caramelos en casa para emeféride tan señalada. Y, aunque los niños han cumplido su parte con la tradicional frase "Truco o trato", el intercambio de frases por caramelos no se ha podido llevar a efecto en tu total completitud.
Entonces los niños han empezado a mirarme con cara rara. Yo, que soy un hombre de recursos, les he ofrecido otros productos, como por ejemplo chocolate o galletas. También he pensado en otros productos que, si bien no les van a servir a ellos ahora, sí pueden ser del agrado de sus padres. Pero no me ha parecido prudente. Así que tras una breve negociación, les he extendido un vale por unas cuantas chucherías, excepto chicles, con una caducidad de seis meses.
Me siento orgulloso de mi mismo. No hay nada como sembrar la semilla de las viejas tradiciones, como la de la fiesta de Jalogüín, en las nuevas generaciones. No como esos invasores anglosajones, encoñados en que representemos a Don Juan Tenorio, ese ligón de orilla.
miércoles, 31 de octubre de 2012
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