Mis gafas sucias y rayadas sugieren que veo menos de lo que aparento. Como todo.
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A lo lejos se oyen los últimos petardos de la fiesta. Me pregunto si mañana me llegará la materia prima.
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Tiene gracia hacer las cosas de domingo en otros días, especialmente en los denostados lunes. El poder salir de casa y que esté todo abierto, aunque luego no sirva para nada, tiene un efecto reconfortante que, para mí, es inigualable. Si algún día el tiempo no condicionara los actos sería feliz. Aunque, por supuesto, no actuaría. ¡Faltaría más!
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Y de la misma manera, siempre pienso que alguien me va a preguntar qué hago fuera del mi hábitat y de alguna manera me obligue a volver a él. Es lo de siempre, sentirse culpable por ser feliz, aunque sea por lo más sencillo.
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Tiene este otoño algo peculiar. Es como una primavera al revés, salvo en el anochecer. Apenas ves el sol acercarse al horizonte y, al instante siguiente, ya no se ve ni tres en un burro, ni siquiera con las luces del coche. No como en primavera, que siempre salta un rayo que te acompaña y te deja sano y salvo en casa.
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Hace calor. No sé si es por el tiempo vivido el fin de semana, por el roce y el baile de los cuerpos, o porque simplemente el sol todavía no se ha olvidado de calentar.
lunes, 8 de octubre de 2012
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