Esos mágicos sitios. A veces solamente se sabe que son aeropuertos porque la gente lleva maletas de mano, hay paneles y por la ventana te asomas y ves aviones. Porque parecen propiamente centros comerciales. Y donde se venden las cosas más variopintas. Entiendo que se puedan vender productos típicos de la tierra, desde jamón serrano hasta unas castañuelas, pasando por piononos o cualquier otra delicia culinaria local. Pero encontrarte una tienda de muebles en un aeropuerto se me antoja un poco extraño. Primera cosa que se me ocurre, ¿alguien que va a volar se compraría una cama o un sofá? Segunda cosa, ¿Se lo tiene que llevar en el acto o bien se lo llevan a casa? Siendo los aeropuertos sitios en los que se va con prisa me parece bastante raro que la gente vaya a comprar muebles. Yo, de hecho, si fuera poseedor de una tienda de muebles y entrara alguien a comprar llamaría a la Policía de inmediato, porque seguro que es algo raro.
Luego están esos pasillos tan inmensos. Bueno, eso también depende del aeropuerto, pero yo me refiero a los aeropuertos grandes. Los hay que tienen cintas en los que te subes y te llevan. No deja de ser curioso que, a pesar de que la cinta va bastante rápido, hay gente que te adelanta para ir aún más rápido. Y es que la prisa está siempre en los aeropuertos, pero de eso ya hablaré en otro momento. Pasillos inmensos, hasta en los aeropuertos pequeños.
El caso es que la prisa a veces se combina con el tedio más horroroso, sobre todo si hay mucho tiempo entre vuelo y vuelo. Las tiendas se te hacen insuficientes y, o tienes Internet a mano, o la espera se hace horrible. Por cierto que esa es otra, la del Internet. Te cobran un dineral por un ratico de conexión. El aeropuerto es una especie de zona comanche donde por cualquier servicio gratuito en otro lugar te cobran una pasta. Una magdalena horrible, tres euros. Un sanwich pocho, cinco. Un café, dos euros. No sé cómo Tom Hanks se las apañaría para pasar tanto tiempo dando vueltas en un aeropuerto para pagar todo lo que necesitara, por mucho trabajo que le ofrecieran.
Tampoco es conveniente olvidarse de los amables señores de seguridad, que deben ser una especie de sexoadictos reprimidos porque casi siempre te tienes que desnudar delante de ellos para poder pasar las medidas de seguridad. Cuando no te pita el cinturón, te pita un céntimo que se te ha resbalado del bolsillo o te pita un empaste. Y todo el mundo te observa, como si fueras una especie de ladrón. Porque cuando una máquina pita, todo el mundo dirige su mirada hasta ese lugar, haciendo que el ya azorado objeto del pitido se sonroje aún más. Y por si todo eso no suera suficiente, en caso de que lo consideren oportuno, te cachean a fondo. La lástima es que no se pueda elegir quien te cachee. La de parejas que podrían salir de esas situaciones. "Sí, el caso es que yo viajaba mucho y casi siempre estaba ella en el control. Un día me cacheó, una cosa llevó a la otra y ya llevamos tres años casados y el niño viene en camino"
¿Y qué me dicen de la espera de la maleta? Empiezan a salir por la cinta y todo el mundo está en tensión. Ves una que se parece a la tuya, ves que alguien la coge y, cuando estás a punto de salir corriendo detrás del presunto ladrón, te fijas que no es la tuya, que ha pasado ya dos veces delante de ti y tendrás que esperar un ratico más a que llegue. Y te enfadas contigo mismo por tu torpeza, porque seguro que por tu despiste te quedas sin taxi. Y a saber cuando vuelve a haber.
En fin, viajen ustedes en avión. A ver si con las tasas de aeropuerto conseguimos pagar el deseo de todo alcalde de poder volar sin salir de su término municipal. Verán como se divierten.
domingo, 14 de agosto de 2011
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