Cambio de tercio, hacia la tienda del punto romano. Como la esquina es tranquila y las dependientas casadas prefiero quedarme en la calle. Hace fresco, corre un aire agradable. Apenas a unos metros, en la playa, abrasaba el sol hace un rato. Un tío me merodea y me pide un cigarro. No me fio y me meto en la tienda. Veo una falda en el brazo. Conversación sobre lo visto y lo que queda por ver con la dependienta.
Pues no era una falda, es un pañuelo. Un regalo legítimo de aquí,encontrable en medio mundo. Que vivan las franquicias.
Intuyo que iremos de nuevo al gran almacén del triángulo verde al supermercado, donde sí soy útil. Porque los hombres somos un estorbo. Asúmalo usted, lector macho que me lee.
PS: Pues no me he emocionado y todo al entrar en la Sala Hiper. Si es que no tengo remedio.
lunes, 22 de agosto de 2011
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