La carretera es estrecha, serpenteante, exigente. Sale del lado del mar y te lleva hasta lo más alto, a partir de curvas y más curvas. Cerradas, muy cerradas. Siento el motor pedir un respiro, pero es en vano. Hay que llegar a todo lo alto. Hay sustos por el camino, coches que acechan tras la curva más inoportuna.
Una vez arriba el camino ha merecido la pena. Las vistas son inmejorables. El sol abrasa tu piel y el viento es a veces tan fuerte que parece echarte. Durante un instante piensas de dónde has salido y qué has conseguido. Es entonces cuando te das cuenta de que no has llegado al final, que tu camino continúa y que apenas hay tiempo de disfrutar. Sigues ahora hacia abajo, camino de tu destino, de tu objetivo durante al menos un rato más. Algo que mantendrá tu mente ocupada, al menos durante un tiempo. Para, inexorablemente, volver a empezar después.
martes, 23 de agosto de 2011
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